Lo primero que me gustaría decir es que me encanta Alemania. He tenido la oportunidad de ir muchísimas veces, tanto por trabajo como por vacaciones y todas las ciudades y sitios en los que he estado me han encantado. Pero también me gustaría decir que la Alemania que nos venden por la tele (sobretodo últimamente) no tiene mucho que ver con la realidad.
Las tarjetas de crédito: No funcionan en las maquinitas de billetes de los trenes. No importa, porque en el Aeropuerto Internacional de Düsseldorf hay una oficina, donde muy amablemente y en perfecto alemán (que no hablan otra cosa) te atienden dos señores bigotudos, con una edad cercana a la jubilación tardía o de pasar a mejor vida y te confirman, que en las oficinas de venta de billetes no aceptan ninguna tarjeta de crédito.
Red Bull y Coca Cola Zero: Doy fé de que en Bonn no existen tales productos. Estuve tres noches alojada en un hotel de cinco estrellas (casposo, pero de cinco estrellas al fin y al cabo), cené dos veces fuera, hice un crucerito por el Rhin y estuve en una terraza tomando algo y no fuí capaz de encontrar ninguna de las dos cosas.
La moda: En esto si que son líderes europeos (aunque los holandeses les pisan los talones). Quitando en las zonas super exclusivas de las grandes ciudades (donde realmente flipas por la concentración de bolsos de Hermés, Louis Vuitton y Celine) en el resto del pais la población da pena. Es como un gran homenaje a la anti-moda (entediéndose como total ausencia de ella). Las tradicionales sandalias con calcetín blanco siguen siendo in, junto con merceditas de hormas desmesuradamente anchas, cortavientos de diseño ochentero, bigotes profusos en hombres y mujeres, ejecutivas con trajes baratos de color azul marino que parecen dependientas del Sepu, mujeres con piernas peludas y un gorila colgando de cada sobaco (que se creen que por tener el pelo rubio es invisible) y toda la producción de crudo de Arabia Saudí del 1983 convertida en bolsos de plástico.
Y pese a todo, me encanta Alemania!!!
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